La exhibición de estos sobrevivientes es un duro recordatorio de que Hamás continúa con su brutalidad a pesar de sus derrotas militares.
Por Fiamma Nirenstein, JNS
A finales de febrero de 1945, entre los primeros informes sobre los horrores de Auschwitz se encontraba uno de un oficial polaco, el teniente Wacław Lipiński, que escribió en el Boletín de la prensa policial“Los que han sobrevivido no parecen seres humanos, son meras sombras”.
Décadas después, esas palabras encuentran un eco escalofriante en las imágenes de tres rehenes israelíes —Eli Sharabi, Ohad Ben Ami y Or Levy— liberados el 8 de febrero del cautiverio de Hamas. Demacrados, pálidos y visiblemente destrozados, emergieron como espectros de lo que fueron cuando fueron obligados a subir a un escenario en Deir al-Balah, una de las zonas de Gaza menos devastadas por la guerra. Allí, Hamas los hizo desfilar ante las cámaras, presentando su sufrimiento como una declaración de desafío. Detrás de ellos, una pancarta decía: “Somos los nakba,"una escalofriante promesa de destrucción continua.
El evento fue un espectáculo grotesco. Los rehenes, bajo la mirada de militantes enmascarados de Hamás y Al JazeeraLos captores de Sharabi le dijeron a sus cámaras que su hermano mayor, Yossi, también rehén, había sido asesinado en cautiverio. A su regreso a Israel, se enteró de que su esposa y sus dos hijas fueron asesinadas en su casa de Be'eri el 7 de octubre de 2023. Ohad Ben Ami, cuya madre lamentaba que ahora pareciera un hombre de 80 años, se reunió con su esposa, Raz, que había sido secuestrada junto con él y fue liberado en noviembre de 2023. O Levy, que había estado cubierto con la sangre de su esposa en el festival de música Nova, donde fue asesinada, regresó con su hijo de 3 años, el único miembro sobreviviente de su familia inmediata.
La aparición de estos supervivientes es un duro recordatorio de que Hamás sigue con su brutalidad a pesar de sus derrotas militares. Sus túneles y escondites en Gaza siguen dando testimonio de la inhumanidad que perpetran. Las imágenes de estos hombres antes de su secuestro –sanos, fuertes, posando con sus familias– alimentan la ira y la desesperación. Algunos de los primeros rehenes liberados, posiblemente fortalecidos con vitaminas en las últimas semanas, dieron la ilusión de una recuperación esperanzadora. Pero este último grupo subraya una cruda verdad: Hamás no es sólo una organización terrorista; es la encarnación de la crueldad en su forma más extrema. Hamás ha sido acusado de decapitar a niños, violar y mutilar a mujeres y quemar vivas a familias enteras: actos de horror indescriptible.
El presidente Donald Trump, que ha calificado a Hamás de amenaza terrorista implacable, ha abogado por la erradicación total de su presencia en Gaza y otros lugares. Dijo que había visto imágenes del 7 de octubre y comprendía el horror que había cometido Hamás. En cambio, organismos internacionales como las Naciones Unidas a menudo no han logrado comprender la gravedad de la situación.
Para Israel, la urgencia de eliminar a Hamás sólo se ha intensificado, junto con un enfoque estratégico más amplio en su principal aliado: Irán.
La última ronda de negociaciones se centra en una segunda fase del acuerdo sobre los rehenes, que podría permitir la liberación de aún más prisioneros palestinos, incluidos aquellos que cumplen múltiples condenas a cadena perpetua. Pero el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, ha dado señales de que Israel no dejará que los horrores de estos últimos meses queden sin respuesta. Gal Hirsch, el funcionario israelí responsable de los asuntos de los rehenes, ha advertido a Hamás que cese el maltrato a los cautivos. Sin embargo, tales advertencias pueden acabar resultando inútiles frente a un adversario que prospera gracias al terrorismo.
Hamás imagina Auschwitz, pero Israel se erige como su antítesis histórica. La nación ya ha demostrado su resistencia y destreza militar: aplastó a Hamás, enfrentó a Hezbolá, neutralizó los emplazamientos militares sirios y empujó a Irán a adoptar una postura defensiva. Pero Netanyahu se enfrenta a una paradoja crítica: Hamás, al exhibir sus atrocidades, pretende presionar a Israel para que acepte un alto el fuego que garantice su supervivencia. Para Israel, el desafío es rescatar a sus rehenes y al mismo tiempo garantizar la destrucción completa de Hamás, un proceso que no se puede lograr de la noche a la mañana y que requiere un plan estratégico a largo plazo.
Mientras la ira y el dolor hierven a fuego lento, la paciencia surge como el arma principal de Israel, seguida de una acción decisiva e intransigente. La visión de Trump –un enfoque radical y claro– sugiere que deben entrar en juego fuerzas nuevas y decididas. Mientras tanto, hay que dejar de lado a mediadores como Qatar, considerados ampliamente cómplices de las actividades de Hamás. Este es el primer gran cambio que debe producirse. Trump tal vez ya lo entienda. No está claro si el resto del mundo seguirá su ejemplo.